Monday, February 26, 2007

Los diarios ante el desafío digital ¿Adiós al papel?

Los diarios ante el desafío digital ¿Adiós al papel?

Mientras algunos imaginan un futuro puramente digital, los nombres principales de la industria periodística apuestan a un escenario complejo que logre sintetizar las riquezas de los distintos formato.

Por Juana Libedinsky (diario La Naciòn)


LONDRES.- La noticia de que en unos cinco años sería imposible comprar The New York Times y sentarse a leerlo con el típico café comprado en el carrito de la calle dio la vuelta al mundo en pocos minutos y reavivó el debate entre agoreros del fin del papel y la llegada triunfal de la pantalla.
Arthur Sulzberger, propietario, presidente y editor del diario internacional más influyente del mundo -la catedral occidental del periodismo impreso- lo deslizó sin demasiado dramatismo al reflexionar sobre el avance de Internet: "El diario en papel podría simplemente no existir más", dijo.
Más allá de que las palabras de Sulzberger no guardaban un anuncio real, la discusión sobre el modo en que el desarrollo de la comunicación on line está afectando al periodismo gráfico está lejos de enfriarse y, así como el director del New York Times pronosticó cinco años, otras voces arriesgan distintas predicciones. Pero lo cierto es que, entre los especialistas consultados por LA NACION, hay coincidencia en que, en una década, la versión en papel de los diarios jugará un rol menos importante en la estructura periodística de la prensa.
"La naturaleza del desafío que entrañan los medios digitales -explica Bruno Patiño, director de Le Monde Interactif y autor del libro Un mundo sin Guttemberg - hoy es un círculo complicado en el cual se conjugan la fuga de publicidad, el costo del papel y, por supuesto, los hábitos de las nuevas generaciones, más cercanas a las pantallas. Esto último no es nuevo, ya se venía diciendo desde los años 50 con la televisión y la radio, pero con la diferencia de que Internet es activamente participativa y esto sí trajo un cambio revolucionario. Además la publicidad gráfica, ante un lectorado que envejece y se reduce en número, inexorablemente cae".
Y, por supuesto, si se va la publicidad, el papel se vuelve más caro, y menos gente puede acceder a comprar el diario. Los números hasta ahora muestran un panorama complejo que a veces refleja una caída inexorable de los diarios impresos (tendencia global en la que la Argentina está incluida) y otras veces, como en el reciente informe de la WAN (Asociación Mundial de Diarios, según sus siglas en inglés) muestran cierto repunte: en el nivel mundial, la difusión creció un 9,95% entre los años 2000 y 2005, pero hay que tener en cuenta que, en ese período, la circulación de los diarios gratuitos se duplicó.
Sólo en el último año el crecimiento de los periódicos fue del 2,36%. En la Argentina, en los últimos diez años -los que coinciden con el surgimiento de Internet-, la tendencia fue decreciente: según datos del IVC, la circulación de Clarín cayó cerca del 30 por ciento de lectores y la de LA NACION, 7 por ciento (claro que, en el caso específico de nuestro país, es difícil distinguir las causas dado el efecto desvastador de la crisis de 2001). "En los EE.UU. los diarios están tratando de ver desesperadamente cómo pueden hacer dinero on line (ahora que han perdido gran parte de sus avisos clasificados que se fueron a sitios web especializados), mientras que sus diarios pierden circulación cada tres meses", le dijo a LA NACION, Todd Gitlin, influyente intelectual norteamericano, profesor de periodismo y sociología de la universidad de Columbia.
Philip Meyer, maestro de periodistas y autor del libro The Vanishing Newspaper: Saving Journalism in the Information Age, insiste en que hay que ser cautelosos: "Las cifras de la WAN muestran que la circulación paga ha caído en todas partes salvo en el mundo en vías de desarrollo, o sea Asia, América del Sur y Africa. Los diarios son los productos resultantes naturales de la industrialización, porque hacen falta los medios masivos para vender la producción masiva. El desarrollo, sin embargo, eventualmente favorecerá a los medios electrónicos por sobre los impresos en todas partes, a no ser que los editores puedan encontrar un nuevo modelo de negocio".
Meyer es de los que creen que los diarios tal como los conocemos hoy tienen los días contados: dice que si tomamos la tendencia actual de caída en lectores de diario, la ponemos en un gráfico y trazamos una línea recta, esta recta tocaría el cero (o sea, ningún lector) para 2043 y un diario deja de imprimirse mucho antes que eso. Complejas transiciones Aun así, lo cierto es que, en el estado de debate actual, nadie imagina cortes abruptos sino complejas transiciones. Pero es evidente que los cambios han sido tremendamente vertiginosos: un escenario que hace menos de diez años era inimaginable hoy es pura actualidad.
Entre los especialistas consultados por LA NACION hay bastante coincidencia en que en la próxima década seguirá existiendo el diario en papel, aunque en una versión de menor circulación, más cara y personalizada, frente a un potentísimo sitio web. Y las empresas editoras de diarios serán aquellas que pasen a ser gestoras de contenidos y creadoras de opinión pública en los formatos más diversos. Pero el camino, al parecer, no será sencillo para la industria periodística. Ya otra de las figuras más poderosas de los medios, el australiano Rupert Murdoch, dueño, entre otros medios, del diario británico The Times, había dicho que más le valía a las organizaciones como la suya transformarse en destinos donde bloggers y podcasters se congregasen en discusiones más abiertas. "Los jóvenes -dijo- no quieren depender de una figura tipo Dios en el Cielo diciéndoles qué es lo importante, y ciertamente no quieren que las noticias sean presentadas como Evangelios."
Si ya no son los tecnófilos de veinte años los que hacen este tipo de comentarios, sino los popes de la industria, multimillonarios de traje corporativo (¡y hasta en casos, septuagenarios como Murdoch!), ¿es acaso que hemos pasado el punto de inflexión? Meyer, que también es profesor de periodismo de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, cree que sí y afirma que es en Europa donde se están desarrollando los experimentos más interesantes y no en EE.UU. donde los editores, dice, son menos aventureros. "Pero para que los periódicos sobrevivan -sostiene- tendrá que existir una toma de riesgos mucho mayor". Un caso exitoso es Le Monde Interactif . "El diario papel Le Monde está en una situación económica frágil, pero mantiene su papel de diario de referencia -explica Patiño-. La versión on line se volvió un sitio web de referencia que, por el contrario, está ganando mucho dinero, tanto como para que, en el presupuesto 2007, alcance para cubrir las pérdidas del diario papel". Patiño, que es profesor de periodismo digital en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, resume la relación entre los diarios y sus ediciones on line como la del crecimiento de un hijo. "La primera fase fue de indiferencia hacia el medio digital. La actitud de los medios impresos era es un bebé, dejemos que crezca y veremos después . Luego fue su niñez, en la cual se lo trataba de hacer crecer a imagen y semejanza del padre, el diario escrito. Ahora los medios digitales están en la adolescencia de su relación con los impresos. Los medios impresos se dan cuenta de que son, y serán cada vez más, muy distintos a ellos, y, además, ya empiezan a ganar independencia económica con la que, eventualmente, podrán sostenerlos".
Para la editora de la versión on line de The Times , Anne Spackman, el objetivo es hacer que el sitio web conjugue rapidez y accesibilidad con calidad. Por eso ponemos chicos muy jóvenes, que crecieron con la cultura visual de la web, para las noticias de último momento con una plataforma ultra rápida. Al mismo tiempo tienen la columna vertebral de nuestros periodistas y columnistas avezados, las estrellas del periodismo impreso, dando el análisis y contenido. Pero todo esto no implica que las versiones del diario en papel vayan a desaparecer. Posiblemente cambie la proporción de lectores de uno y otro formato, y el diario papel se vuelva más especializado, caro y para un mercado más sofisticado y reducido, pero ganancias netas no son lo único que motiva a los empresarios a invertir en ellos", dice.
La imagen que busca es la de un club de fútbol: hay gente que los compra y los gestiona por razones no puramente comerciales, sino que conjugan prestigio e influencia. De hecho, según el Financial Times del viernes último, empresarios exitosos como David Geffen y Jack Welch, con poderosos fondos de inversión detrás, ya han declarado su interés en comprar diarios. "La información se está moviendo hacia dos polos: gratuita, por un lado, y más cara, por el otro", sintetiza Seamus McCauley, analista estratégico de Associated Northcliffe Digital y autor del blog Virtual Economics.
Por un lado están los diarios de distribución gratuita, Internet y algunos tabloides que bajan sus precios a un mínimo casi inexistente para competir en ciertos mercados, y por el otro están los diarios de calidad con un precio inelástico". Entre las opciones gratuitas se deben mencionar también sitios web de información como OhmyNews , pionero, desde Corea del Sur, del periodismo participativo ciudadano, modelo que está siendo reproducido en todas partes del mundo. Su base fundacional reside en que cada ciudadano puede ser un reportero y, en OhmyNews, las notas enviadas por los voluntarios son luego editadas y comprobadas por un staff permanente.
Pero tanto en su versión on line como en el papel, agrega McCauley, el peso de una marca va a seguir siendo fundamental. Las que tradicionalmente han construido una reputación sólida por decir la verdad en el medio papel se van a encontrar cada vez más en la posición afortunada de ser quienes puedan resolver, en cualquier plataforma, un problema nuevo muy angustiante: en quién confiar ante la proliferación de fuentes de información.
Según Meyer, los diarios papel más exitosos serán aquellos que se diferencien con notas de opinión y análisis, y crónicas o puntos de vista personales escritos con investigación y una pluma de calidad, es decir avanzar en una línea más similar a la que actualmente se deja para las ediciones dominicales.
"Es lo que a mí me parece lógico. Sin embargo, va a haber que experimentar mucho para ver que funciona. Los diarios -al menos en mi país- han sido demasiado cuidadosos y temerosos de fallar y eso ha limitado su habilidad de aprender cosas nuevas para incorporar en el diario papel". Pero no es que todo sea más fácil por ser on line, sino que hay ciertos aspectos en los cuales el diario impreso todavía cuenta con ventaja: "A diferencia del lector de papel, que normalmente compra un único periódico, el lector de Internet es infiel por naturaleza", señala Vanessa Jiménez, redactora jefe de ELPAIS.com . "Suele leer más de un medio on line , además de muchos otros sitios. La relación afectiva es por tanto mucho más complicada. La poética que acompaña a la lectura de "tu periódico" en papel, sentarse en un parque, al sol, a leer el periódico, o simplemente llevarlo bajo el brazo en el colectivo queda diluida en Internet." Hay distintas estrategias que se están probando para lograrlo. "Algo en que fue pionero Libertad Digital fue en ofrecer un espacio a los lectores para crear sus propios blogs -cuenta Juan Antonio Chinchetru, columnista de temas de Internet en Libertad Digital -.
Esto les permite expresarse y además les hace sentirse parte de la publicación, puesto que aportan contenidos. Importantes columnistas han dejado formato de artículo para pasar a tener un blog aquí, con lo que sus seguidores (o detractores) pueden participar en un continuo debate. En definitiva, el mejor modo de responder a la especial relación afectiva que los lectores desarrollan con un diario papel es dándoles on line modos de expresarse, que se sientan parte de una comunidad", dice.
¿Y qué no hay que hacer? "Los intentos de frenar la sangría de lectores del diario papel mediante el cierre de contenidos on line (es decir permitir que estos sólo se vean previo pago) ha sido un fracaso. En Internet, el mayor competidor de un periódico en papel no es su propia edición electrónica, es la totalidad de sitios informativos", señala.
Para John Naughton, esto sería un ejemplo de la compleja simbiosis que se da entre un medio escrito y su versión on line que el presenta con un paralelo a lo que ocurre en la naturaleza. "Lo que ha ocurrido es que un nuevo organismo ha arribado al ecosistema mediático y los organismos existentes tienen que acomodarse al recién llegado, y viceversa también. Relaciones complejas, interesantes y esencialmente simbióticas están emergiendo entre medios nuevos como los blogs y el periodismo impreso más tradicional.
Mi conjetura es que será beneficioso para ambos", sostiene. "La cuestión es saber, entonces, si las empresas editoras de diarios sabrán migrar a un nuevo rol social -concluye Txema Alegre, editor de la edición on line de La Vanguardia , de Barcelona-, dejar de ser editores de diarios para ser gestores de contenidos y creadores de opinión pública en los formatos más diversos: papel, digital, móviles, audiovisual, o el que sea. Todos los formatos son compatibles y están en competencia. Así que, en definitiva, si sobrevive el diario papel o no, eso lo dirán los lectores al elegir". La gran transformación Pero, en concreto, ¿en qué se transformará un diario nacional grande en los próximos años? "
Le Monde , por ejemplo, existirá en formato papel impreso, con una circulación más baja para un público elitista, en versiones semipersonalizadas que lo diferenciarán de la producción masiva actual y, por supuesto, con un sistema de distribución distinto de los puntos de venta actuales", responde Patiño. No será exactamente un diario hecho a medida de cada lector pero, como los autos que pueden venir hoy con un tapizado en particular o ruedas distintas, será algo más diseñado para quien lo use individualmente.
Por otra parte estará el sitio web, mucho más potente que el diario. Si hoy el sitio web ya tiene cuatro veces más lectores que el papel, tendrá por lo menos diez veces más y tendrá todo tipo de videos y conexiones interactivas de alta sofisticación. Todo esto le dará una gran capacidad de ganar mucho dinero con publicidad.
"En cuanto a los periodistas -reflexiona Patiño--, hay muy pocos que pueden ser tan buenos en papel como en formato digital. Los que lo logren, sin duda serán la aristocracia de la profesión. Sin embargo, no habrá ya en los próximos cinco años distinciones de jerarquías entre los que trabajan en un medio u otro, porque el modelo de organización será radicalmente distinto. Los productores de historias, los editores y los gestores se relacionarán entre sí con una enorme complejidad pero partiendo de la base de que son dos medios que se nutren". Finalmente, se habrá llegado a la relación entre adultos.

Cifras y tendencias

En todo el mundo se imprimen 8391 diarios, con una tirada global de algo más de mil millones de copias, o una cada seis habitantes del planeta, aunque la distribución real es muy despareja. En América latina circulan 1309 diarios, 1630 en América del Norte, 2115 en Europa, 224 en Africa, 140 en Medio Oriente, 2870 en Asia y 103 en el Pacífico Sur.
En los países más desarrollados, la circulación de diarios cayó en conjunto un 8 por ciento en la última década, mientras que en América latina y otros mercados en desarrollo y de expansión demográfica la tendencia ha sido en muchos casos la inversa. En términos globales, de hecho, la circulación de diarios pagos y gratuitos ha crecido en los últimos cinco años un 14 por ciento. Según la WAN, la Asociación Mundial de Diarios, este repunte fue del 9,95 por ciento entre 2000 y 2005.
Entre los principales diarios de Estados Unidos, la pérdida de lectores entre 2004 y 2005 repercutió de manera evidente en la evolución de las acciones de cada empresa. Las acciones de The New York Times , por ejemplo, retrocedieron un 3,5 por ciento, las del grupo Tribune perdieron un 3 por ciento y las del Washington Post , un 2,2 por ciento.
Una de las estrategias para atraer a nuevos lectores ha sido el lanzamiento de los diarios gratuitos, un fenómeno que se ha dado en buena parte del planeta. En febrero de 1995 apareció Metro , de distribución en el subte de Estocolmo. Doce años después, suman ahora 169 los diarios gratuitos, con una tirada de 30 millones de copias en 40 países.
Una de las principales causas que se citan para explicar el retroceso de los diarios en los países más desarrollados es la migración de lectores jóvenes hacia los sitios informativos on line. Una investigación de The Economist indicó que los británicos de entre 15 y 24 años pasan un 30% menos de tiempo leyendo diarios a partir del momento en que comienzan a utilizar Internet.
Pese al atractivo de la inmediatez que plantean los diarios digitales, sin embargo, son muy pocos los casos de periódicos que han abandonado el papel para concentrarse exclusivamente en su edición on line. En este sentido, los diarios impresos han demostrado en términos generales una buena capacidad de adaptación a las exigencias de los lectores y una atractiva complementación con su propia versión digital.
* * * Los Angeles Times Una metamorfosis necesaria frente a un mercado cambiante El mayor diario de la costa Oeste de Estados Unidos redujo de manera drástica la distribución de su versión en papel y está dirigiendo la mayor parte de sus recursos e inversiones a desarrollar su sitio on line, en parte debido al fuerte crecimiento de la comunidad latina en su zona de influencia, lo que obliga al diario a ajustarse a la nueva realidad demográfica. Post-och Inrikes Tidningar
El soporte digital logró salvar al diario más viejo del mundo Se trata del diario más antiguo del mundo aún en circulación, según la Asociación Mundial de Periódicos. Pero el Post-och Inrikes Tidningar, que se imprime desde 1645 por orden de la reina Cristina de Suecia, desde el 1° de enero de este año sólo existe en versión digital. Se ocupa de publicar los anuncios oficiales de bancarrotas y embargos.
The Wall Street Journal El diario de la comunidad financiera se adapta a sus lectores Para el diario de la comunidad financiera norteamericana la transición del periódico del papel a la pantalla parece natural, ya sea por el particular lenguaje que se utiliza en el sector bursátil o por su también particular perfil de lector: operadores de bolsa, managers y banqueros que pasan toda la jornada laboral delante de sus computadoras.

Thursday, February 22, 2007

EL MEJOR OFICIO DEL MUNDO

EL MEJOR OFICIO DEL MUNDO


Palabras pronunciadas por el periodista y escritor colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura y presidente de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, ante la 52a. asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, SIP, en Los Angeles, U.S.A., octubre 7 de 1996.





A una universidad colombiana se le preguntó cuáles son las pruebas de aptitud y vocación que se hacen a quienes desean estudiar periodismo y la respuesta fue terminante: “Los periodistas no son artistas”. Estas reflexiones, por el contrario, se fundan precisamente en la certidumbre de que el periodismo escrito es un género literario.

Hace unos cincuenta años no estaban de moda las escuelas de periodismo. Se aprendía en las salas de redacción, en los talleres de imprenta, en el cafetín de enfrente, en las parrandas de los viernes. Todo el periódico era una fábrica que formaba e informaba sin equívocos, y generaba opinión dentro de un ambiente de participación que mantenía la moral en su puesto. Pues los periodistas andábamos siempre juntos, hacíamos vida común, y éramos tan fanáticos del oficio que no hablábamos de nada distinto que del oficio mismo. El trabajo llevaba consigo una amistad de grupo que inclusive dejaba poco margen para la vida privada. No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se le daban los toques finales a la edición de mañana. Los que no aprendían en aquellas cátedras ambulatorias y apasionadas de veinticuatro horas diarias, o los que se aburrían de tanto hablar de los mismo, era porque querían o creían ser periodistas, pero en realidad no lo eran.

El periódico cabía entonces en tres grandes secciones: noticias, crónicas y reportajes, y notas editoriales. La sección más delicada y de gran prestigio era la editorial. El cargo más desvalido era el de reportero, que tenía al mismo tiempo la connotación de aprendiz y cargaladrillos. El tiempo y el mismo oficio han demostrado que el sistema nervioso del periodismo circula en realidad en sentido contrario. Doy fe: a los diecinueve años - siendo el peor estudiante de derecho - empecé mi carrera como redactor de notas editoriales y fui subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones, hasta el máximo nivel de reportero raso.

La misma práctica del oficio imponía la necesidad de formarse una base cultural, y el mismo ambiente de trabajo se encargaba de fomentarla. La lectura era una adicción laboral. Los autodidactas suelen ser ávidos y rápidos, y los de aquellos tiempos lo fuimos de sobra para seguir abriéndole paso en la vida al mejor oficio del mundo - como nosotros mismos lo llamábamos. Alberto Lleras Camargo, que fue periodista siempre y dos veces presidente de Colombia, no era ni siquiera bachiller.

La creación posterior de las escuelas de periodismo fue una reacción escolástica contra el hecho cumplido de que el oficio carecía de respaldo académico. Ahora ya no son sólo para la prensa escrita sino para todos los medios inventados y por inventar.

Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica.

La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos se precian de que pueden leer al revés un documento secreto sobre el escritorio de un ministro, de grabar diálogos casuales sin prevenir al interlocutor, o de usar como noticia una conversación convenida de antemano como confidencial. Lo más grave es que estos atentados éticos obedecen a una noción intrépida del oficio, asumida a conciencia y fundada con orgullo en la sacralización de la primicia a cualquier precio y por encima de todo. No los conmueve el fundamento de que la mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida.

Es cierto que estas críticas valen para la educación general, pervertida por la masificación de escuelas que siguen la línea viciada de lo informativo en vez de lo formativo. Pero en el caso específico del periodismo parece ser, además, que el oficio no logró evolucionar a la misma velocidad que sus instrumentos, y los periodistas se extraviaron en el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia el futuro. Es decir, las empresas se han empeñado a fondo en la competencia feroz de la modernización material y han dejado para después la formación de su infantería y los mecanismos de participación que fortalecían el espíritu profesional en el pasado. Las salas de redacción son laboratorios asépticos para navegantes solitarios, donde parece más fácil comunicarse con los fenómenos siderales que con el corazón de los lectores. La deshumanización es galopante.

No es fácil entender que el esplendor tecnológico y el vértigo de las comunicaciones, que tanto deseábamos en nuestros tiempos, hayan servido para anticipar y agravar la agonía cotidiana de la hora del cierre. Los principiantes se quejan de que los editores les conceden tres horas para una tarea que en el momento de la verdad es imposible en menos de seis, que les ordenan material para dos columnas y a la hora de la verdad sólo les asignan media, y en el pánico del cierre nadie tiene tiempo ni humor para explicarles por qué, y menos para darles una palabra de consuelo. “Ni siquiera nos regañan”, dice un reportero novato ansioso de comunicación directa con sus jefes. Nada: el editor que antes era un papá sabio y compasivo, apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo a las galeras de la tecnología.

Creo que es la prisa y la restricción del espacio lo que ha minimizado el reportaje, que siempre tuvimos como el género estrella, pero que es también el que requiere más tiempo, más investigación, más reflexión, y un dominio certero del arte de escribir. Es en realidad la reconstitución minuciosa y verídica del hecho. Es decir: la noticia completa, tal como sucedió en la realidad, para que el lector la conozca como si hubiera estado en el lugar de los hechos.

Antes que se inventaran el teletipo y el télex, un operador de radio con vocación de mártir capturaba al vuelo las noticias del mundo entre silbidos siderales, y un redactor erudito las elaboraba completas con pormenores y antecedentes, como se reconstruye el esqueleto entero de un dinosaurio a partir de una vértebra. Sólo la interpretación estaba vedada, porque era un dominio sagrado del director, cuyos editoriales se presumían escritos por él, aunque no lo fueran, y casi siempre con caligrafías célebres por lo enmarañadas. Directores históricos tenían linotipistas personales para descifrarlas.

Un avance importante en este medio siglo es que ahora se comenta y se opina en la noticia y en el reportaje, y se enriquece el editorial con datos informativos. Sin embargo, los resultados no parecen ser los mejores, pues nunca como ahora ha sido tan peligroso este oficio. El empleo desaforado de comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal. Las citas de fuentes que merecen entero crédito, de personas generalmente bien informadas o de altos funcionarios que pidieron no revelar su nombre, o de observadores que todo lo saben y que nadie ve, amparan toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente, sin preguntarse si él mismo no es un instrumento fácil de esa fuente que le transmitió la información como quiso y arreglada como más le convino. Yo creo que sí: el mal periodista piensa que su fuente es su vida misma - sobre todo si es oficial- y por eso la sacraliza, la consiente, la protege, y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente.

Aun a riesgo de ser demasiado anecdótico, creo que hay otro gran culpable en este drama: la grabadora. Antes de que ésta se inventara, el oficio se hacía bien con tres recursos de trabajo que en realidad eran uno sólo: la libreta de notas, una ética a toda prueba, y un par de oídos que los reporteros usábamos todavía para oír lo que nos decían. El manejo profesional y ético de la grabadora está por inventar. Alguien tendría que enseñarles a los colegas jóvenes que la casete no es un sustituto de la memoria, sino una evolución de la humilde libreta de apuntes que tan buenos servicios prestó en los orígenes del oficio. La grabadora oye pero no escucha, repite - como un loro digital - pero no piensa, es fiel pero no tiene corazón, y a fin de cuentas su versión literal no será tan confiable como la de quien pone atención a las palabras vivas del interlocutor, las valora con su inteligencia y las califica con su moral. Para la radio tiene la enorme ventaja de la literalidad y la inmediatez, pero muchos entrevistadores no escuchan las respuestas por pensar en la pregunta siguiente.

La grabadora es la culpable de la magnificación viciosa de la entrevista. La radio y la televisión, por su naturaleza misma, la convirtieron en el género supremo, pero también la prensa escrita parece compartir la idea equivocada de que la voz de la verdad no es tanto la del periodista que vio como la del entrevistado que declaró. Para muchos redactores de periódicos la transcripción es la prueba de fuego: confunden el sonido de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en la ortografía y mueren por el infarto de la sintaxis. Tal vez la solución sea que se vuelva a la pobre libretita de notas para que el periodista vaya editando con su inteligencia a medida que escucha, y le deje a la grabadora su verdadera categoría de testigo invaluable. De todos modos, es un consuelo suponer que muchas de las transgresiones éticas, y otras tantas que envilecen y avergüenzan al periodismo de hoy, no son siempre por inmoralidad, sino también por falta de dominio profesional.

Tal vez el infortunio de las facultades de Comunicación Social es que enseñan muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio mismo. Claro que deben persistir en sus programas humanísticos, aunque menos ambiciosos y perentorios, para contribuir a la base cultural que los alumnos no llevan del bachillerato. Pero toda la formación debe estar sustentada en tres pilares maestros: la prioridad de las aptitudes y las vocaciones, la certidumbre de que la investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición, y la conciencia de que la ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.

El objetivo final debería ser el retorno al sistema primario de enseñanza mediante talleres prácticos en pequeños grupos, con un aprovechamiento crítico de las experiencias históricas, y en su marco original de servicio público. Es decir: rescatar para el aprendizaje el espíritu de la tertulia de las cinco de la tarde.


Un grupo de periodistas independientes estamos tratando de hacerlo para toda la América Latina desde Cartagena de Indias, con un sistema de talleres experimentales e itinerantes que lleva el nombre nada modesto de Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Es una experiencia piloto con periodistas nuevos para trabajar sobre una especialidad específica - reportaje, edición, entrevistas de radio y televisión, y tantas otras - bajo la dirección de un veterano del oficio.

En respuesta a una convocatoria pública de la Fundación, los candidatos son propuestos por el medio en que trabajan, el cual corre con los gastos del viaje, la estancia y la matrícula. Deben ser menores de treinta años, tener una experiencia mínima de tres, y acreditar su aptitud y el grado de dominio de su especialidad con muestras de las que ellos mismos consideren sus mejores y sus peores obras.

La duración de cada taller depende de la disponibilidad del maestro invitado - que escasas veces puede ser de más de una semana -, y éste no pretende ilustrar a sus talleristas con dogmas teóricos y prejuicios académicos, sino foguearlos en mesa redonda con ejercicios prácticos, para tratar de transmitirles sus experiencias en la carpintería del oficio. Pues el propósito no es enseñar a ser periodistas, sino mejorar con la práctica a los que ya lo son. No se hacen exámenes ni evaluaciones finales, ni se expiden diplomas ni certificados de ninguna clase: la vida se encargará de decidir quién sirve y quién no sirve.

Trescientos veinte periodistas jóvenes de once países han participado en veintisiete talleres en sólo año y medio de vida de la Fundación, conducidos por veteranos de diez nacionalidades. Los inauguró Alma Guillermoprieto con dos talleres de crónica y reportaje. Terry Anderson dirigió otro sobre información en situaciones de peligro, con la colaboración de un general de las Fuerzas Armadas que señalo muy bien los límites entre el heroísmo y el suicidio. Tomas Eloy Martínez, nuestro cómplice más fiel y encarnizado, hizo un taller de edición y más tarde otro de periodismo en tiempos de crisis. Phil Bennet hizo el suyo sobre las tendencias de la prensa en los Estados Unidos y Stephen Ferry lo hizo sobre fotografía. El magnifico Horacio Bervitsky y el acucioso Tim Golden exploraron distintas áreas del periodismo investigativo, y el español Miguel Angel Bastenier dirigió un seminario de periodismo internacional y fascinó a sus talleristas con un análisis crítico y brillante de la prensa europea.

Uno de gerentes frente a redactores tuvo resultados muy positivos, y soñamos con convocar el año entrante un intercambio masivo de experiencias en ediciones dominicales entre editores de medio mundo. Yo mismo he incurrido varias veces en la tentación de convencer a los talleristas de que un reportaje magistral puede ennoblecer a la prensa con los gérmenes diáfanos de la poesía.

Los beneficios cosechados hasta ahora no son fáciles de evaluar desde un punto de vista pedagógico, pero consideramos como síntomas alentadores el entusiasmo creciente de los talleristas, que son ya un fermento multiplicador del inconformismo y la subversión creativa dentro de sus medios, compartido en muchos casos por sus directivas. El solo hecho de lograr que veinte periodistas de distintos países se reúnan a conversar cinco días sobre el oficio ya es un logro para ellos y para el periodismo. Pues al fin y al cabo no estamos proponiendo un nuevo modo de enseñarlo, sino tratando de inventar otra vez el viejo modo de aprenderlo.

Los medios harían bien en apoyar esta operación de rescate. Ya sea en sus salas de redacción, o con escenarios construidos a propósito, como los simuladores aéreos que reproducen todos los incidentes del vuelo para que los estudiantes aprendan a sortear los desastres antes de que se los encuentren de verdad atravesados en la vida. Pues el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad. Nadie que no la haya padecido puede imaginarse esa servidumbre que se alimenta de las imprevisiones de la vida. Nadie que no lo haya vivido puede concebir siquiera lo que es el pálpito sobrenatural de la noticia, el orgasmo de la primicia, la demolición moral del fracaso. Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.